Sin rima pero con pausa.

Por: Yolima Amado Sánchez. Ávida lectora y entusiasta escritora.

Imagen tomada en el municipio de Gachetá

Tengo los versos oxidados,

las letras ilegibles y las rimas disonantes -o altisonantes-,

los tiempos de emoticonos, gifs, stickers e inteligencias artificiales me entumecieron la mano y las hipérboles,

se me acortaron las frases y los susurros, se me volvieron borrosas hasta las metáforas.

El conteo de caracteres me limitó las idas y venidas del pensamiento,

perdí el permiso de perder el hilo o perderme en vacilaciones.

Ahora me gritan que sea breve, que sea concreta,

que vaya al punto ¡Como si yo fuese cadeneta!

Mensajes más cercenados que los olvidados telegramas,

menos onerosos, inciertamente cuidadosos,

sin prosa ni cadencia,

sin alcance alguno para la demencia.

Por fin una imagen vale más que mil palabras,

o al menos eso nos hacen creer quienes las ignoran.

Ya hasta la ortografía perdió su lugar y vaga en camisa de fuerza por los rincones,

y las estéticas figuras literarias parecen no parecerse a nada,

indistintas y humilladas, por la mayoría ya olvidadas.

Sólo restan las apariencias, las fotos de sonrisas ensayadas,

notificaciones y alarmas, recordatorios y llamadas,

tenues tañidos que atormentan, que afanan y sobrepasan,

soniditos mecanizados que atenazan desde la nada.

Si no son teclas no son ya letras, imperan pantallas sin melodía.

Ya nadie entiende ni de cursivas, las manuscritas son rebeldía,

Sólo se sabe de las arrobas, de los hashtages con picardía,

Muertas están las caligrafías.

Escribientes y escrituras con obsolescencia no programada.

Yo escribo,

tú escribes,

él escribe,

nosotros escribimos,

vosotros escribís y ellos escriben.

Pero sólo frases cortas,

monosilábicos espasmos de emociones fragmentadas,

que nos oxidan los versos y se retuercen sin gana.