Sin rima pero con pausa.

Por: Yolima Amado Sánchez. Ávida lectora y entusiasta escritora.

Imagen tomada en el municipio de Gachetá

Tengo los versos oxidados,

las letras ilegibles y las rimas disonantes -o altisonantes-,

los tiempos de emoticonos, gifs, stickers e inteligencias artificiales me entumecieron la mano y las hipérboles,

se me acortaron las frases y los susurros, se me volvieron borrosas hasta las metáforas.

El conteo de caracteres me limitó las idas y venidas del pensamiento,

perdí el permiso de perder el hilo o perderme en vacilaciones.

Ahora me gritan que sea breve, que sea concreta,

que vaya al punto ¡Como si yo fuese cadeneta!

Mensajes más cercenados que los olvidados telegramas,

menos onerosos, inciertamente cuidadosos,

sin prosa ni cadencia,

sin alcance alguno para la demencia.

Por fin una imagen vale más que mil palabras,

o al menos eso nos hacen creer quienes las ignoran.

Ya hasta la ortografía perdió su lugar y vaga en camisa de fuerza por los rincones,

y las estéticas figuras literarias parecen no parecerse a nada,

indistintas y humilladas, por la mayoría ya olvidadas.

Sólo restan las apariencias, las fotos de sonrisas ensayadas,

notificaciones y alarmas, recordatorios y llamadas,

tenues tañidos que atormentan, que afanan y sobrepasan,

soniditos mecanizados que atenazan desde la nada.

Si no son teclas no son ya letras, imperan pantallas sin melodía.

Ya nadie entiende ni de cursivas, las manuscritas son rebeldía,

Sólo se sabe de las arrobas, de los hashtages con picardía,

Muertas están las caligrafías.

Escribientes y escrituras con obsolescencia no programada.

Yo escribo,

tú escribes,

él escribe,

nosotros escribimos,

vosotros escribís y ellos escriben.

Pero sólo frases cortas,

monosilábicos espasmos de emociones fragmentadas,

que nos oxidan los versos y se retuercen sin gana.

¿Cómo saber que se trata de un “buen libro”?


Por: Yolima Amado Sánchez. Ávida lectora y entusiasta escritora.

En estos más de cuarenta años de lecturas diversas he logrado afinar el detector para los “buenos libros”, sin importar el género, grosor, autor, fecha de su escritura o el material que los soporta. Seguramente cada quién tendrá sus propios criterios, y en verdad espero que así sea, porque esto indicaría que aun existen los ávidos lectores, sin embargo, en esta noche que no es como cualquier otra, quise listar -a modo de propuesta para nuevos y recorridos lectores- aquellos requisitos infaltables a la hora de decidir si aquel que tengo en las manos o proyectado en una pantalla, lo es.

Por supuesto, estos criterios están cimentados en mis diversas y particulares experiencias de lectura, que ciertamente no añoran ser compartidas o aprobadas, meramente explicitadas en un esfuerzo por hacer visible aquello que se diluye en la cotidianidad de las páginas, de sus letras y puntuaciones; aunque ya hace muchos años que son repasadas mentalmente y puestas en práctica sin siquiera notarlo, tras toparme con un nuevo manjar. A saber:

  1. En la primera página, no del prólogo ni de la contraportada, sino en la primera página del cuerpo del libro ha de haber ciertas palabras, ciertas oraciones o insinuaciones que me hagan sentir que en lo que sigue hay algo que quiero seguir leyendo. Si la primera página no me hace sentir convocada a leer, difícilmente aparecerá en las que siguen. Es algo similar a toparse con una puerta cerrada, puede ser una puerta bella, costosa, brillante, con pomo vistoso o deslumbrantemente adornada, pero si al abrirla no hay del otro lado más que un cuarto polvoriento o una calle ruidosa o un estante lleno de enciclopedias falsas, ciertamente no habría mayor cosa, sobresalto o deleite tras el umbral.

No obstante, en una habitación polvorienta se pueden esconder curiosos y olvidados tesoros, tras una calle ruidosa podemos toparnos con transeúntes misteriosos y relatos inesperados; y vaya uno a saber qué se puede esconder en medio de falsos libros o falsos estantes. En cualquier caso, esa primera página ha de susurrar un camino, un misterio, un tesoro o un carnaval, la posibilidad de habitar durante cierto tiempo tras cada cuartilla, al amparo de los sinuosos desfiladeros de la palabra.

  • A medida que avanza la lectura de los párrafos siento el deseo de señalar frases: No se trata de destacar palabras incomprensibles o rimbombantes, ni de señalar argumentos completos y cerrados, soy más una mujer de insinuaciones e interrogantes, de sobresaltos y destellos, de frases precisas y cadencias consonantes.

Tiene que ver con el impulso de subrayar frases que luego querré volver a leer, para sumergirme en sus diversos sentidos y enigmas o que, por intrigantes o estéticamente bien logradas, me susurran certidumbres que cuando las leo por primera vez, no alcanzo a recorrer por completo, entonces su contundencia me envuelve y me asalta la urgencia de marcarlas, de dejar alguna seña que salte a la vista, como quién marca los árboles en un bosque desconocido y teme perderse en él, si no deja un rastro visible que le permita salir o volver a recorrer el sendero.

  • El libro reclama mi atención completa, me sumerjo, me pierdo, olvido el paso del tiempo, el frío, el hambre, el dolor, la compañía, el entorno completo; casi que se me olvida que estoy viva, pues lo importante es aquello que encuentro entre las páginas. Suelo leer y tener música de fondo, sin embargo, si se trata de un “buen libro”, aquello que resuena no es más que ruido tenue e irrelevante, imperceptible, pues el libro se impondrá con sus variadas voces y me instará a ignorar las distracciones.

Cuando era una adolescente ya me dejaba atrapar. Mi madre me visitaba a altas horas de la madrugada, preocupada por la inmovilidad, desconcertada por la entrega y el abandono que me ponía como en trance, a miles de kilómetros, a siglos o dimensiones de distancia; me buscaba abrigo y me dejaba a solas, pues no podía estar de otra forma; le impresionaba que no me percatara del paso del tiempo o de las urgencias externas, pero ¿Qué más podía hacer?, si en esas lecturas y en las actuales, sólo me sé perder.

  • Una buena lectura siempre me insta a escribir. Leer sin escribir es señal de aburrimiento, de falta de inspiración y de desidia, al menos en lo que a mí respecta. Un “buen libro” me empuja a hacer lo propio, casi que me obliga a comentar, preguntar, objetar y atemperar, a «yolimatizar» la voz de cada autor, de cada personaje, concepto o argumento.

He aprendido que cuando un libro convoca se establece un vínculo particular entre quién escribió y quién escribe, de modo que si alguna lectura me permite meramente pasar los ojos sobre las líneas, sin pausa, sin comentario, sin señalamiento, si me deja estar ausente o permite que las distracciones de la vida circundante se impongan y no me apremia a escribir, es porque no fue escrito para mí y, en tal caso, hace mucho aprendí que no había más que hacer que dejarlo ir; como quién abandona un postre que a algunos puede deleitar, pero a ti te produce malestar y hostigamiento, el esfuerzo por tragar terminará en un desagrado mayor.

  • Tengo que volver a leer: No tengo idea de cuántos libros he leído hasta ahora, sin embargo, sé que aquellos que me resultaron “buenos”, he tenido que leerlos nuevamente, incluso más de dos veces. Y esto por varias razones: porque al terminar el libro siento que se me escaparon muchas cuestiones relevantes, porque el recorrido me llenó de pensamientos, emociones y figuraciones, porque dejé aquellas marcas y pistas que me invitan a volver a recorrer el camino, porque en cada nueva lectura construyo puentes diferentes, o simplemente porque el deleite de releer e imaginar una vez más se convierte en nostalgia lectora.
  • Finalmente, me acompañan sensaciones perfectamente contradictorias: la del olvido y la memoria. Puedo leer un libro varias veces y en cada ocasión sentir que nunca lo había leído, de ahí que me dejo atrapar y llevar por las palabras como si fuesen nuevas y desconocidas; a la vez, recuerdo frases, relatos, fragmentos, datos, imágenes visuales de las páginas precisas y el lugar en el que algún párrafo o idea está fijado, como si nunca me hubiese ido o si recién hubiese terminado la lectura.

Quizá porque quedo implicada en las páginas, porque aquí y allá he vivido la emoción de que quién escribió lo hizo para mí y para mi deleite, o tal vez, porque entre palabras y “buenos libros” he logrado estar, sentir, imaginar, saborear, escuchar y pensar, para luego tratar de ser y vivir, cuando me siento empujada a escribir.

Miradas de la migración: Conversaciones en viñetas

Miradas de la migración: Conversaciones en viñetas

Edward Johnn Silva Giraldo 

Desde el año 2022 venimos conversando y reflexionando con Roy Salas Adán y otros amigos, sobre temas de migraciones. Esta oportunidad de encontrarnos nos ha permito plantearnos preguntas, generar iniciativas y tejer amistad. De este modo, inspirados en nuestras historias personales y otras experiencias de héroes de la cotidianidad, decidimos aventurarnos por relatar por medio de canciones y conversaciones en viñeta las voces de personas migrantes como protagonistas de sus vidas. Nuestro objetivo es visibilizar sus capacidades ante panoramas de incertidumbre.

Por ello, decido crear “miradas de la migración: conversaciones en viñeta”. Se trata de dos personajes “Pataperro y Don Orejas”: Son historias conmovedoras que invitan a explorar los pensamientos, sentimientos y acciones de un migrante en su búsqueda de un futuro mejor, es un viaje lleno de esperanza, miedos y sueños, una introspección profunda que nos mueve el corazón para reflexionar sobre la fuerza del espíritu humano.

Para tal motivo creamos dos personajes, uno, un caminante, llamado Pataperro, a quien dimos gráficamente un aire juvenil, pues en su mayoría los jóvenes son quienes más migran, y Don Orejas, que representa una especie de Voz Sabia quien interroga a Pataperro y le lleva a reflexionar. Don Orejas lo graficamos como un búho humanizado, sabio y compañero en la oscuridad, que ayuda a Pataperro a reflexionar y meditar sobre su andar.

Pataperro es un caminante curioso, que tuvo que salir de su terruño buscando nuevas oportunidades para apoyar a su familia. Con los zapatos gastados, su mochila ligera, y la camisa empañada de sudor, sol y lluvia, anda en medio de las inclemencias del clima, las miradas de desdén, una mano amiga y la compañía de Don Orejas. Don Orejas observa, escucha y pregunta con la ingenuidad del sabio, sin pretender dar respuestas y consejos, pero sí con la intención de invitar a la conversa, la reflexión y el encuentro humano que reconforta la vida. 

Pataperro también es un personaje que retrata el apodo que familiares y amigos me asignaron por el gusto que yo expresaba alrededor de la actividad de caminar. Recuerdo que mi mamá me preguntaba ¿Dónde queda ese lugar? ¿Ya vamos a llegar? Y yo le respondía, es allí, ya estamos cerca, pero no era cierto, quedaba lejos.  Sin embargo, fue el pretexto para compartir historias.       

¡No te pierdas estas increíbles historietas! Comparte y únete a la conversación.

Pataperro migra a pie desde hace días https://www.instagram.com/p/C_Yxs6CS8VC/?igsh=MWVsajVrZ3pmdW40Yg==

Pataperro amanece junto a la carretera al pie del páramo de Santurbán https://www.instagram.com/p/C_bXA6qyd_x/?igsh=MTUwc2xkc295bjJzZw==

Pataperro llegó a Bogotá y lleva días buscando empleo https://www.instagram.com/p/C_ykdVCSCkc/?igsh=MTFlaHVvYnIxMjE5bQ==

En el año 2025 inicié con Sebastián Flórez, el proyecto del podcast Pateperro y Don Orejas: Miradas de la migración. Una oportunidad para encontrarnos, conversar, preguntar y reflexionar. Hablaremos todos los domingos, sobre historias y experiencias de la migración en el mundo. 

Mitos y narrativas de progreso 

Edward Johnn Silva Giraldo 

Publicado en la Edición 53 – Junio – Julio de 2018. www.elobservador.co El Observ@dor

El ideal de progreso centrado en una perspectiva de desarrollo limitada al crecimiento económico, legitima la expresión “si tienes más eres mejor que los demás”. Este énfasis de lo económico en la definición de desarrollo como señala el antropólogo colombiano Arturo Escobar, lleva a priorizar el tener sobre el ser y a validar valores culturales del consumo que se reproducen por ejemplo en las letras de las canciones “quien no tiene, no es”, “tanto tienes, tanto vales”. La búsqueda incesante por el consumo genera una sensación de frustración y fracaso cuando no se consigue corresponder a las demandas de éxito impuestas por la cultura occidentalizada. Los modelos de éxito y felicidad difundidos por los medios de información se apoyan en promesas comerciales que determinan la necesidad de consumir para conseguir el bienestar. La construcción de imaginarios de éxito y felicidad se alinean a las lógicas del mercado, ya que por medio de la publicidad y la propaganda se presiona para adquirir nuevos productos que están de moda. Tal como señaló en su época el publicista y periodista Edward Bernays. 

La moda y la propaganda orientada desde un modelo difusionista desarrollista es cuestionada por el experto en comunicación Jan Servaes, este modelo explica que todo producto nuevo es mejor. Sin embargo, la vigencia de lo nuevo es limitada, pues cada producto requiere reemplazo por uno más nuevo. Este círculo vicioso, promueve la necesidad de consumo y acumulación, ubicando el producto por encima de las relaciones. Por tanto, bajo la mirada del mercado, las relaciones se mercantilizan y adquieren un significado utilitarista de conveniencia económica que se naturaliza con el argumento individualista de la competitividad y la productividad.

La naturalización de las relaciones mercantilizadas tiende a establecer categorías y clasificaciones que determinan el grado de progreso y desarrollo en las personas. Categorías como pobre, rico, éxito, fracaso, abajo, arriba, entre otras, se convierten en marcos de referencia que indican el nivel de calidad de vida alcanzado, lo cual lleva a la carrera desenfrenada de tener y tener más.

El escritor Uruguayo Eduardo Galeano señaló “quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: “unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen”. En la carrera desenfrenada de tener más, se arman los unos a los otros de equipajes comerciales para responder a las lógicas del mercado, donde según el politólogo Carlos Martinez Hincapié se establecen dualismos que perciben al otro como enemigo, contrincante y competidor al que se le debe ganar.

Ante el panorama expuesto surgen las siguientes preguntas: ¿Cómo promover relaciones humanizantes y para la vida, que confronten la visión alienante del mercado? ¿Cómo deslegitimar narrativas de progreso y desarrollo que venden un modelo de éxito basado en las lógicas del mercado?

Red solidaria de vecinos 

Edward Johnn Silva Giraldo. 

Publicado en el periódico el observador sabana centro Edición 29 octubre de 2015 

La llegada de nuevos vecinos a la región pone a prueba la capacidad de promover espacios de inclusión y aprovechar el conjunto de oportunidades para el emprendimiento de proyectos e iniciativas creativas. En este sentido, es necesario reconocer las personas que “están” y las que “llegan” a los conjuntos residenciales y barrios, para construir relaciones de confianza y colaboración. Es así que se requiere empezar a replantear la visión fragmentada que separa a “los de adentro” de “los de afuera”.   

Cuando se logran puntos de encuentro para la expresión y validación de saberes, la comunidad genera un sentido comunitario que permite separar las fronteras y reconstruir puentes que conectan. Este es un proceso que consiste en trabajar con la gente y entre la gente. Es un reto que nos invita a convertirnos en agentes capaces de transformar nuestro entorno, al mismo tiempo que nos transformamos a nosotros mismos. 

Afortunadamente, ya se han dado pequeños pasos, porque en estas tierras contamos con grandes maestros de la vida cotidiana que enseñan y motivan, desde sus oficios y profesiones, el arte de tejer relaciones de colaboración. Son arte-sanos, de todos los géneros y generaciones. Al respecto, Paulo Freire, exponente de la educación popular, dice que “es escuchando como se aprende a hablar con la gente y validar su participación”. En misma línea, la psicóloga comunitaria Maritza Montero, profesora de la Universidad Central de Venezuela, señala que “el respeto del otro genera el derecho a la discusión y a la diversidad de opiniones”. 

Trabajar con la comunidad, es como escuchar una orquesta de jazz, donde cada persona tiene una capacidad específica que exige ser descubierta. Por este motivo, es fundamental reconocer el potencial de todas las personas y desarrollar como estrategia un directorio de contactos (banco de talentos), que permita conocer de primera mano qué sabe cada quien y qué le gusta hacer. Pero, para poner en marcha estas iniciativas locales es necesaria la participación comunitaria y el replanteamiento de las prácticas convencionales. Por ejemplo, la comunidad no es una población objeto que asiste a actividades para ser investigada por expertos aislados y portadores de soluciones con acciones unilaterales, sino que es un conjunto de sujetos actores, capaces de incidir en los programas que van dirigidos hacia ellos mismos. Sin lugar a dudas, la gente apoya lo que ha ayudado a crear y, por esto, la red solidaria de vecinos es una coproducción que consiste en construir conjuntamente ideas innovadoras y hacerlas realidad.  

El buen vivir y el vivir bien  

Edward Johnn Silva Giraldo 

Publicado julio 2019 en el periódico el observador sabana centro.  

El buen vivir (suma qamaña) y el vivir bien (sumakkawsay) son posturas indígenas que promueven la garantía de los derechos de la Pachamama (traduce tierra en lengua quechua). Estas posturas invitan al reconocimiento de los saberes ancestrales, los cuales conciben la naturaleza como fuente de vida que requiere cuidado. Por lo tanto, el cuidado de la madre tierra se expresa a través de la convivencia humana, una convivencia que busca fortalecer más el compartir que la competencia. 

La competencia promueve el lema “vivir mejor que los demás”. Este lema reitera en la necesidad de estar pendiente del vecino no para brindar apoyo, sino para estar por encima y superar la capacidad de consumo, por ejemplo, a través de un mejor vehículo. En este sentido, el buen vivir y el vivir bien, cuestionan el concepto de bienestar propuesto por la sociedad de consumo que se limita al acceso y a la acumulación de bienes materiales. Es decir, que el bienestar orientado por una visión capitalista enfatiza en un individualismo deshumanizado “primero yo, segundo yo y tercero yo”. En el individualismo deshumanizado impera la cultura del derroche basado en el consumo; del atajo centrado en la inmediatez y de la ley del más fuerte que legitima sacar al otro del camino.   

Los lugares también se han transformado. El parque como lugar de encuentro ha desaparecido. Ahora las familias visitan los centros comerciales y los temas de conversación se limitan a la tarjeta de crédito, las compras y las deudas. El lema de “buena vida” impone un estilo de vivir de manera egoísta y de apariencia. A dicho estilo de vida se le ha denominado bienestar, éxito, progreso, y desarrollo. Desde esta lógica se presiona a las familias a comprar lo innecesario y adquirir deudas con tarjetas de crédito donde los intereses aumentan día tras día, todo para responder a un pedido cultural de buena vida “el que no adquiere una deuda nunca consigue nada”.       

En cambio, el buen vivir y el vivir bien señalan que no se puede vivir bien si los demás viven mal, que lo importante es la vida, y que el objetivo no es aspirar a vivir mejor que los demás. En síntesis, no puede haber crecimiento personal en detrimento de la humanidad y la naturaleza.  

La salud es un bien común, no es una mercancía

Edward Johnn Silva Giraldo.  

Publicado en el periódico el observador sabana centro Edición 80 abril 2022 

La salud limitada a lo hospitalario, la enfermedad, lo individual y la prescripción de los medicamentos fragmenta la visión del cuidado integral. La salud también es agua potable, acceso a la educación y seguridad alimentaria. Sin embargo, el reiterado interés de mantener y reproducir los principios de eficacia y eficiencia que demandan las empresas, el mercado y las lógicas de consumo, invitan a desarrollar intervenciones en salud basadas en la postura individualista y competitiva centrada en la ganancia económica de unos pocos, en detrimento de aspectos del bien común tales como el aire, los suelos y los ecosistemas de vida.  

Es posible que en la actualidad se desarrollen proyectos de promoción y prevención, pero cabe señalar que algunas acciones pueden estar impregnadas de la lógica de salud mercancía, ya que los contratos los asignan a empresas o profesionales que convierten el bien común en un beneficio particular. Por tanto, la contratación para el desarrollo de estos programas en ocasiones se asigna a empresas dedicadas a otros fines, o profesionales sin formación para el trabajo con comunidades y la apertura para tejer de manera interdisciplinaria. Esta pauta de relación se encamina a favorecer por medio del discurso de la salud colectiva, los intereses particulares de los operadores e intermediarios del contrato. 

Los contratos otorgados a dedo o asignados como un favor político se suelen desarrollar de manera improvisada a partir de actividades que se reducen a una capacitación o campaña de corto plazo y descontextualizadas, donde los resultados se reducen en demostrar un impacto basado en cifras, la evidencia fotográfica y los formatos diligenciados. 

Entonces, resulta que se desarrollan programas sociales para beneficiar los intereses empresariales de un sector, se despilfarran dineros en acciones desarrolladas sin investigación y se reproducen labores descoordinadas. Al respecto, surgen las siguientes preguntas ¿Cómo fortalecer las acciones de promoción de la salud de modo articulado, contextualizado y participativo con perspectiva familiar y comunitaria? ¿Cómo generar un sistema de salud como bien común basado en los principios de la solidaridad colectiva? 

Construir en la diversidad

Edward Johnn Silva Giraldo

Publicado en el periódico el observador junio de 2022.

Hay letras de canciones que visibilizan lo invisible e invitan a construir en la diversidad. Gian Franco Pagliaro con la canción inmigrantes dimensiona históricamente los procesos de movilidad humana a través de los tiempos. Reymar Perdomo con la canción me fui expresa con el corazón la odisea de muchos hermanos que deben emprender caminos con rumbo desconocido.

Pagliaro canta un hermoso poema que eriza la piel. Sus letras son conmovedoras. La canción de inmigrantes me transporta a mis bisabuelos, abuelos y padres. Ellos como muchas familias tuvieron que viajar de manera improvisada y apresurada. Recorrieron muchos caminos. Y como dice Pagliaro: “desembarcaron en el puerto con el corazón confuso y los ojos cansados de tanto mar y tanto viento”. Pero “Trajeron sus canciones y sus bailes, sus idiomas, sus ritos, sus rituales”, “Trajeron los juegos que aprendieron de niños…”. Aprendieron “el oficio de sus antepasados para enfrentar el futuro. Y compartieron sus saberes y haceres en los lugares de acogida: “Eran campesinos, carpinteros, albañiles, artesanos… capaces de sacar agua del desierto y tierra de las aguas”.

Perdomo también canta con el corazón hinchado de emoción. La canción “me fui” relata su experiencia como migrante. Es una mezcla de tristeza, indignación, fuerza y esperanza. Su canción es una narrativa de epopeya heroica. Cuando la escuché, exclamé ¡eso también me puede pasar a mí! Y seguidamente pregunté ¿cómo ha logrado afrontar tantas adversidades? Y como dice Perdomo: “Con mi cabeza llena de dudas, pero me fui” “aquí estoy, creyendo en mí”.

Las dos canciones conectan el sentido de hermandad. Asimismo, invitan a pensar en la frase africana: “Yo soy porque nosotros somos”. Son letras que tejen la red para el cuidado de la vida. Sin embargo, ante los cambios vertiginosos surge la siguiente reflexión ¿cómo construir en la diversidad?

¿Unidades aisladas o comunidades solidarias?

Edward Johnn Silva Giraldo

Publicado en el periódico el observador Julio 2021.

Nací en una región de Colombia rodeado de verde natural. Viví mi infancia en un barrio que recién fundado estaba ubicado alrededor de fincas y el río de oro donde se construían historias de “espantos” y unión comunitaria. Los árboles de limón, papaya, guayaba y cacao generaban un aroma de frescura. El agua del río era cristalina; sin embargo, luego se convirtió en el depósito de todo lo que se desechaba, pues el modelo depredador predominante que envenena los ríos contamina el aire y destruye los cultivos, fue cambiando el color del agua y el lugar donde se fabricaban historias por montón, a cualquier hora del día, perdió su esencia idílica. En esa época mi familia y los vecinos nos reuníamos para organizar y realizar actividades deportivas y juegos tradicionales: trompo, yoyo, canicas y banquitas.

En navidad ocurrían encuentros improvisados para conversar alrededor de la música, la preparación y el compartir de los alimentos. Allí conocí las tertulias. Todos teníamos algo que decir, algo que aportar. Esa común unidad nos reunía como vecinos para jugar, conversar y compartir ¡Tiempos aquellos donde se podía jugar en los campos, cuando no teníamos tantas urbanizaciones!

En esa época se empezó a organizar la junta de acción comunal, se levantó la parroquia y en la finca contigua se construyó otro barrio. Recuerdo que me generaba curiosidad la delimitación simbólica que se daba alrededor de estos espacios, especialmente por las barreras artificiales. Es decir, muros de cemento y mentales que promueven la idea de que los vecinos del frente eran de otro barrio, de otro estrato social. Más grave aún, se naturalizó la creencia que había personas importantes. En otras palabras, como señala el escritor colombiano William Ospina -en el libro ¿Dónde está la franja amarilla? -se producía un modelo social excluyente de personas de primera categoría y de segunda categoría ¿Será que ese modelo aún perdura?

Hoy la vida en comunidad se aleja del compartir solidario, la insistencia de una publicidad orientada al consumo y la competencia como única forma de relación imperan en la cotidianidad. Por ejemplo, algunos realities fomentan la idea que la vida es un constante desafío y la consigna del juego se basa en la eliminación. Además, en esta pandemia se ha recurrido al encierro, el aislamiento y el distanciamiento emocional como estrategia de protección, lo cual también contribuye al deterioro de la salud mental. Por lo tanto, es necesario preguntarnos ¿Cómo vamos a proteger la vida? ¿Qué necesitamos para fortalecernos como comunidad? ¿Cómo construir una sociedad solidaria y aprendemos a convivir desde la dignificación humana?